Desde el momento en que las fuerzas estadounidenses abandonaron Afganistán y quedó claro que los talibanes retomarían rápidamente el poder, miles de personas de a pie comenzaron a expresar su preocupación por el futuro de los habitantes del país, especialmente de las mujeres, que verán como sus limitados derechos se reducen aún más, hasta un nivel inhumano. El hecho de que las mujeres se vean obligadas a llevar burka en todos los lugares públicos, que no se les permita trabajar, que se cuestione su derecho a la educación, etc., genera naturalmente la ira de todas las personas progresistas.
Pero junto a ellos, los medios de comunicación del llamado mundo “occidental” también empezaron a cubrir el tema con informes, artículos y fotografías que aportan pruebas de las consecuencias del avance de los talibanes en el país. También los gobiernos occidentales expresan su “profunda preocupación” por estos acontecimientos.
Así, el “establishment” occidental reacciona ahora como si la cuestión de la opresión de las mujeres fuera algo nuevo y terrible, que debe ser abordado de inmediato. Sin embargo, hay otro país, bastante cercano a Afganistán, donde las mujeres llevan décadas viviendo bajo la “ley islámica”, sin que ningún dirigente europeo o estadounidense haya derramado una sola “lágrima de cocodrilo”.
A ninguna parte sin su “guardián”
La vida de una mujer en Arabia Saudí está controlada desde su nacimiento hasta su muerte por un “tutor”, un hombre de su familia que es responsable de todos los aspectos de su vida. Él toma todas las decisiones, es decir, con quién se casará, si irá a la escuela, si trabajará, etc. Su primer tutor es su padre, luego su marido, y si el marido muere o si la pareja se divorcia, la tutela será asumida por otro miembro masculino de la familia, en algunos casos incluso un hijo.
Tener un tutor tiene enormes consecuencias en la vida de las mujeres, tanto a nivel práctico como simbólico. El concepto se basa en la percepción de que la mente y las capacidades de una mujer están siempre limitadas al nivel de un niño pequeño y que, por tanto, es incapaz de tomar ninguna decisión importante por sí misma. En la práctica, esto convierte a la mujer en una esclava de un pariente masculino, que en algunos casos incluso toma decisiones relativas a su salud, por ejemplo, si debe operarse o no. Además, si va a la cárcel y después de haber cumplido su condena su tutor no está de acuerdo en que vuelva a casa, ¡la mujer sigue en la cárcel!
Aunque en teoría el gobierno ya ha decidido en dos ocasiones (en 2009 y 2013) derogar la ley de tutela, en la práctica sólo se han aplicado algunas reformas incompletas e ineficaces, y el sistema de tutela ha quedado básicamente intacto.
En 2019, se decidió “flexibilizar” algunas de las leyes y conceder algunos “derechos” a las mujeres. Como resultado de esta reforma, una mujer puede ahora obtener un pasaporte y, por tanto, viajar al extranjero sin la presencia o la aprobación de su tutor. En la práctica, sin embargo, el tutor mantiene el derecho a denunciar la desaparición de la mujer a las autoridades y la policía puede encargarse de devolverla a su casa.
Desigualdades en la educación y el empleo y diferencias salariales
El tutor también decide si la mujer recibirá educación, hasta qué nivel avanzará en sus estudios y qué campo estudiará -en caso de que lo haga. Si una mujer quiere trabajar, sigue necesitando el permiso de su tutor. Pero ésta es sólo la primera dificultad que encuentra una mujer al tratar de encontrar un trabajo. Hay entradas diferentes y espacios separados para hombres y mujeres en la mayoría de los lugares públicos, como bancos, universidades, etc., y lo mismo ocurre en parques, playas y transportes públicos. Esto también se aplica a los lugares de trabajo. Siempre que haya empleados hombres y mujeres en un lugar de trabajo, tiene que haber entradas separadas y espacios diferentes para las pausas, los aseos, etc. Por ello, muchos empresarios optan por no contratar a mujeres, sino sólo a hombres, para no gastar dinero en la construcción de infraestructuras adicionales. Además, una mujer sólo puede ejercer determinadas profesiones debido a su “naturaleza”.
En el improbable caso de que una mujer logre superar todos estos obstáculos y consiga un empleo, formaría parte del “escaso” 22% de mujeres que trabajan en general, pero su salario será, de media, sólo el 56% del salario del hombre.
Violencia machista
La violencia contra las mujeres es una realidad social arraigada en las creencias patriarcales, según las cuales las mujeres son consideradas inferiores a los hombres; por ello, en el marco de una relación o matrimonio, las mujeres suelen ser consideradas propiedad de sus parejas. Si a esto añadimos el concepto de tutela, que convierte formalmente a la mujer en una pieza de la propiedad del hombre, sólo podemos imaginar la cantidad de violencia que sufren las mujeres en sus familias.
La razón por la que sólo podemos imaginarlo pero no podemos conocer el panorama real exacto es porque las cifras oficiales están muy lejos de la realidad; esto es así debido a la legislación actual y a las pocas posibilidades que tiene una mujer de escapar de su marido o de otros familiares maltratadores.
Según los estudios y dependiendo de la región, entre el 20 y el 39% de las mujeres han sido víctimas de violencia machista. Sin embargo, a muchas mujeres se les impide de forma práctica y efectiva acudir a las autoridades y denunciar la violencia que sufren. En primer lugar, una ley vigente establece que “desobedecer” a su tutor es un delito. En algunos casos, también es difícil denunciar la violencia sin la presencia del tutor, que muy a menudo es también su agresor.
También es extremadamente difícil para una mujer solicitar el divorcio. Para que el proceso se ponga en marcha, su marido también tiene que aceptar el divorcio con ella, con la condición de que la mujer le devuelva el importe total de su dote. En cambio, un hombre puede solicitar el divorcio unilateralmente sin estar obligado a informar a su mujer y sin que sea necesaria su presencia en el tribunal. Al terminar el matrimonio, la custodia de los hijos pasa directamente al marido, incluso si el tribunal decide que los hijos deben permanecer con la madre.
Si una mujer decide finalmente dar la espalda a las leyes y escapar de un marido o familia maltratadora, corre el riesgo de ser detenida y devuelta a su familia. Si consigue escapar y acaba en un refugio para mujeres maltratadas, no se le permite salir a menos que se “reconcilie” con su familia o acepte un matrimonio concertado. Así, se la condena a un nuevo encierro, a un nuevo cautiverio.
Occidente guarda silencio: ¿por qué?
Desde los primeros días después de la toma del poder de Afganistán por parte de los talibanes, se ha hecho evidente que la vida de las mujeres, de las personas LGBTQI+ y también de los hombres será extremadamente difícil y peligrosa. Las organizaciones de izquierda, los grupos feministas y LGBTQI+ y los refugiados afganos de todo el mundo se solidarizan con la sociedad afgana y denuncian el régimen talibán.
Al mismo tiempo, es de suma importancia resaltar las responsabilidades de los líderes occidentales, y especialmente de Estados Unidos, por la situación actual de Afganistán, así como su hipocresía en cuanto a su “preocupación” por la posición de las mujeres en la sociedad.
El ejemplo de Arabia Saudí es típico. Arabia Saudí es el segundo país más rico en reservas de petróleo del mundo (el primero es Venezuela). Ha desarrollado una alianza y relaciones de interdependencia con Estados Unidos durante décadas. Por un lado, los dos países están vinculados económicamente debido al petróleo y, por otro, Arabia Saudí es un importante aliado en cuestiones de influencia y seguridad en Oriente Medio.
En el sistema capitalista, estos intereses están por encima de cualquier derecho social. Por eso, “Occidente” guarda silencio sobre la situación de las mujeres en Arabia Saudí. Mientras celebran las noticias sobre las mujeres a las que ahora se les permite conducir, ocultan conscientemente las condiciones generales de vida de las mujeres.
En el lejano 2005, cuando las fuerzas militares estadounidenses estaban estacionadas en Afganistán, la Asociación Revolucionaria de Mujeres Afganas (RAWA) declaraba: “La situación actual en Afganistán y el continuo apoyo de Occidente a los señores de la guerra terroristas de la Alianza del Norte, demuestran que a Estados Unidos y a sus aliados no les importan los derechos humanos y de las mujeres, sino sólo sus intereses políticos y económicos”.
Esa misma conclusión sigue siendo válida hoy y se está demostrando de la manera más dolorosa. Los únicos que realmente se preocupan y son capaces de defender los derechos humanos son las propias capas populares, las minorías oprimidas, los trabajadores y los pobres, y los movimientos de todo el mundo. La única respuesta posible a los “juegos” imperialistas y a sus consecuencias criminales es nuestra lucha común y coordinada por nuestros derechos. Los hipócritas de los gobiernos, los medios de comunicación y las grandes empresas no van a mover un dedo por ellos, mientras no estén vinculados a sus intereses directos. En cambio, tratarán de utilizar las aspiraciones de igualdad para encubrir sus políticas podridas. ¡No se lo permitiremos!